Profanaciones

Generalmente damos por hecho lo que representa en nuestro imaginario el significado de las cosas, y creemos que un cuadro es simplemente un cuadro. O bien como dice Cortázar: “Curioso que la gente crea que tender una cama es exactamente lo mismo que tender una cama, que dar la mano es siempre lo mismo que dar la mano, que abrir una lata de sardinas es abrir el infinito la misma lata de sardinas…” Ahora bien, ¿un cuadro es lo mismo que un cuadro?, hay quienes son capaz de aventurarse en otras perspectivas, en otras lecturas y señalar las posibilidades de lo conocido y desarmarlo para ver qué contiene y qué certezas evidencia, en esa dirección se ubica la reflexión que propone esta serie de pinturas.

La serie Profanaciones plantea una indagación sobre las cualidades del espacio pictórico. Así, el gesto, el color y el soporte se replantean en otro lugar, donde el cuadro ya no está simplemente colgado, sus materiales son mirados, examinados, develados y replanteados. Desde las entrañas de lo que comúnmente habíamos identificado como cuadro, aquí la obra se disloca, se fracciona, se mutila, se reparte, se desparrama, se desvanece, se disipa y también se tira, se amontona, se cuelga, se contrae y se expande, hasta que, finalmente, ese cuadro que tradicionalmente habíamos percibido como un espacio estable e inmutable, hoy en la contemporaneidad, ya es otra cosa.

En Profanaciones, los elementos de la pintura se enumeran, se renombran y se resignifican. Ahora la pintura es también espacio, pintura tridimensional, pintura instalada. He aquí la tela, la pintura; he aquí el marco, el otro cuadro. En la profanación se advierten signos como atentar, dañar, destruir, maltratar, violar; pero cuando estos términos sobrepasan su dimensión negativa, constituyen ser verdaderas premisas que impulsan a experimentar y descubrir nuevos órdenes, nuevas ideas, nuevas formas y nuevos estados, aquellos que terminaron por modificar esa concepción del cuadro tradicional, y por ende modifican eso que entendíamos por pintura. En este campo de las transgresiones se han profanado dos ámbitos: el de lo sagrado, al que ha aludido tradicionalmente el simbolismo religioso de los colores utilizados, y el de la propia pintura, en su materialidad. Lo sagrado se convierte en profano y el cuadro convencional se convierte en otra cosa. En colores negro, rojo y dorado, reminiscentes del barroco colonial y en lecturas básicas y trastocadas del minimalismo, asistimos a unas pinturas inusuales, donde se conjugan conceptos que en teoría son incompatibles, pues ¿cómo unir el barroco (lo cargado) con el minimalismo (lo mínimo)? Por otra parte, cada una de las piezas se encuentra en un punto intermedio entre la construcción y la destrucción; aquella forma estable del cuadro se ha traspasado, y ante ello, se instala la incertidumbre, lo incierto y lo impreciso a través de las nuevas formas que se proponen en cada pieza. Ahora, ya es evidente que un cuadro no es lo mismo que un cuadro y que ver una pintura no es lo mismo que ver una pintura…

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