Katabasis
KATÁBASIS, esta palabra de origen griego (κατὰ, “abajo” βαίνω “avance”), evocado en los mitos de Orfeo y Eurídice, Ulises o Dante, un descendimiento del hombre a los infiernos, a la muerte propia; pero va más allá de su significación literal, ya que se trata de un viaje a lo más profundo del hombre mismo, un acto de autorreflexión si se le quiere llamar de ese modo, aquel lugar donde confluyen nuestras incertidumbres, temores, miedos, pesadillas, dolores, traumas, locura, es por tanto un descenso hacia las zonas más oscuras de la existencia humana. Tal experiencia extrema que llevada de la mano del arte puede ser convertida en genialidad, en un auténtico acto artístico y a esta zona muchos han accedido, entre ellos cabe mencionar esos momentos de descendimiento a través de la escritura de Friedrich Nietzsche, Franz Kafka, Edgar Allan Poe, Virginia Woolf, Ernest Hemingway; o en la pintura de Vincent van Gogh, Edvard Munch, Jackson Pollock y Mark Rothko, entre otros. Además, el concepto de Katábasis no se restringe solo al descendimiento, sino que el término se completa cuando hay un acenso, es decir un Anábasis, una elevación gradual de nuevo a la vida, al mundo, a la luz, a la claridad. Para muchos no existe un verdadero Katábasis, si enseguida no hay un acto de resurrección, de resurgimiento; pues Katábasis implica al igual que el ave fénix experimentar la muerte para renacer. Tocar fondo y volver a resurgir. Por tanto es un acto de transformación. De este modo, las pinturas dejan de lado toda prefiguración y son resueltas desde la acción pictórica sin ninguna clase de inhibición, para que sea la intuición, lo inconsciente, -el pathos: esa fuerza interna– lo que genere impulsos corporales que se traducen en manchas, rayones y salpicaduras de pintura sobre el lienzo. Asimismo, cada una de las pinturas presenta una versión particular de aquella experiencia, es decir, que se trata de una visualización externa de lo que sucede en lo interno, por tanto, es un develarse a través de la pintura misma. Por otra parte, se plantea una selección muy puntual de colores y, dentro de los cuales, el color dorado actúa como el punto unificador de la serie y además le da una connotación espiritual y mística a estas pinturas, con lo cual, se pone de presente que todo este desfogue pictórico posee una trascendencia mayor muy cercana a una experiencia mística, de ahí que esta serie no puede concebirse como una simple abstracción que solo se queda en los efectos visuales logrados, sino que, prefigura un trasfondo espiritual, y ahora, en retrospectiva, con esta nueva exhibición de estas piezas, comienza el Anábasis, para completar ese ciclo transformador.